La pesada puerta de acero

En estas jornadas en que la furia del atlántico se abate sobre nuestras costas. Me acuerdo siempre de una aventura que viví o sufrí, cuando navegaba en el pesquero » Villa de Celanova». Cerca de las Islas Hébridas, costa oeste de Escocia. Un día de diciembre en el lejano 1982.

En la tumba del marino, nunca crecen las rosas.

LA PESADA PUERTA DE ACERO.

La pesada puerta de acero golpeaba el costado del buque empujada por un furioso oleaje. El choque entre los dos metales producía un horripilante sonido, que era en parte sofocado por el ulular de la tempestad, mientras la lluvia caía de forma inmisericorde sobre la cubierta. Era noche cerrada a pesar de ser las cinco de la tarde. En diciembre, en esas altas latitudes, él sol se pone poco después del mediodía.
Un compañero y yo, tratábamos de enganchar el portón a su anclaje, situado en la popa del pesquero. A pesar de los frenéticos esfuerzos, la cadena de tracción se movía al son de las olas, arrastrando con ella la puerta que mantenía abierto el aparejo de pesca. El peligro era evidente, si no conseguíamos fijarla pronto, los impactos contra el casco, podrían producir una vía de agua.

Momentos antes, el segundo maquinista entró en la sala, para hacer el relevo. Miré el reloj y marcaba las cuatro en punto, hora en la que finalizaba mi turno. Procedí a entregarle el parte de incidencias y salir de allí. La guardia había transcurrido plácidamente, y no me encontraba cansado. En aquellos momentos, me apetecía disfrutar de un poco de aire fresco, por lo que subí hasta el parque de pesca y traté de buscar un sitio resguardado para poder fumar tranquilo. Me sobrecogió ver la superficie del océano teñida de blanco por la espuma que, a pesar de la oscuridad reinante, se podía distinguir perfectamente.
Me costó mucho prender el cigarrillo, el viento endemoniado apagaba mi mechero cada vez que intentaba encenderlo. Tras varios intentos, logre arrimar la tenue llama a la punta del pitillo y haciendo una profunda aspiración, pude ver el ardor producido por la combustión del tabaco. El humo caliente lleno mis pulmones y comencé a relajarme. Mi mente en esos momentos voló a muchas millas de distancia, a lugares donde el sol brilla y se puede sentir la piel acariciada por su calor.
De pronto un fuerte chasquido metálico, acompañado por unos gritos, me hizo volver a la realidad. Levanté la cabeza, y pude ver que, en la barandilla del puente estaba el contramaestre, intentando llamar mi atención. Sin dudarlo, me dirigí hacia la escalerilla que daba acceso a la cubierta superior, y una vez allí, las palabras que salían de su boca, se hicieron compresibles.
— Rapaz, vete rápido a popa y ayuda a Ángel…Se ha roto la sujeción de una puerta de arrastre y está golpeando el costado.
—A mí no me corresponde hacer ese trabajo. —Contesté con aire insolente.
—Rapaz, no me toques los cojones y vete a popa, que el resto de los marineros, están intentando izar el aparejo y Ángel está solo. — Dijo el contramaestre fuera de sí.
Imaginar a mi compañero luchando solo con las olas, me dio el valor necesario para realizar esa peligrosa tarea. Dando tumbos contra el mamparo e intentando de no caer por la borda, logré llegar al lugar donde estaba Ángel que trataba de alcanzar la cadena con la ayuda de un bichero.
—Antonio, descuélgate por la borda mientras yo te sujeto por los pies y así podremos llegar hasta la maldita cadena.
Me quedé helado, más helado que las ropas empapadas por la lluvia que tenía puestas. Le miré a los ojos y pude ver en ellos determinación, en ese momento sentí que no teníamos otra alternativa. Confiando en sus fuertes brazos, agarré el bichero y me deslicé por debajo del guardamancebo. Una vez suspendido en el aire, el temor a caer al agua, dio paso a un sentimiento de responsabilidad; la vida de la tripulación dependía de nosotros. Aun no sé cómo logré alcanzar la cadena, pero lo hice. Luego pedí a gritos que me subieran. La fortaleza que demostró Ángel esa noche fue extraordinaria.
En la relativa seguridad de la cubierta, nos resultó sencillo anclar el portón. Rendidos por el esfuerzo nos fundimos en un abrazo, mientras las gotas de lluvia se mezclaban con las lágrimas.
J.C.T 
 
 
 
 
 

  

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